Abstract
La literatura especializada en los diseños institucionales de la democracia generalmente supone que los sistemas presidenciales, en circunstancias de gobierno dividido, corren enormes riesgos de parálisis institucional, pues no existen suficientes incentivos para la cooperación entre ramas del poder público, que son dominadas por diferentes partidos. En esta hipótesis las actitudes políticas de las élites suelen jugar, en el mejor de los casos, un papel secundario; en el fondo, pareciera sostenerse que la acción depende exclusivamente de los incentivos institucionales. En consecuencia, el que existan gobiernas divididos sin parálisis suele atribuirse a particularidades institucionales, que generan cláusulas ad hoc en rescate de la teoría. Sin embargo, en la propia tradición institucionalista comienza a introducirse la dimensión actitudinal para explicar el funcionamiento de los sistemas políticos.