Blanco Gonzalia: El marxismo como verdad en la obra tardía de Adolfo Sánchez Vázquez



INTRODUCCIÓN

Durante la mayor parte de su vida, Sánchez Vázquez concibió que el socialismo se alcanzaría como resultado de la historia. Mas luego, promediando la década de los ochenta, abandona sus certidumbres teleológicas (aunque resabios de ellas se manifiesten en diversas ocasiones), lo que se acompaña de un giro en su reflexión filosófica hacia asuntos de orden político y moral.

Se procederá con una metodología analítica-sintética sobre el corpus teórico de la obra tardía de Sánchez Vázquez (con apoyo en estudios eruditos en materia de filosofía política y marxismo) para comprender el giro mencionado1. Así, en primer lugar (i) se establecerá el significado que la concepción obstétrica de la práctica política tuvo para el marxismo, sus implicancias y crisis, recurriendo para ello a la obra de diversos autores marxistas, en particular de Gerald Cohen. Seguidamente (ii) mostraremos cómo las reflexiones tardías de Sánchez Vázquez se ven impactadas por esta crisis, tomando así parte en una tendencia general en el marxismo al abandono de los postulados de la concepción mencionada, lo que se expresa en el giro hacia la filosofía moral y política que presenta su obra tardía. En tanto esta reorientación de su producción teórica se realiza en un marco signado por la posmodernidad, se analizará su comprensión de esta etapa (iii), así como su constante enfrentamiento a los postulados posmodernos (iv).

El siguiente paso (V) dará cuenta del modo en que, en un contexto indudablemente hostil para el marxismo, Sánchez Vázquez ensaya un rescate de los valores de la modernidad en la perspectiva de reformular el proyecto de emancipación comunista. Finalmente (VI), se expondrá la manera en que, en esta última etapa de su vida, Sánchez Vázquez comprende el marxismo, menos como un discurso explicativo de la realidad, y más como un discurso justificativo, un conjunto de valores a realizar (el marxismo no como saber, sino como verdad).

CONCEPCIÓN OBSTÉTRICA DE LA PRÁCTICA POLÍTICA

En este apartado se expone lo que Cohen (2001) ha denominado «concepción obstétrica de la práctica política». Tal concepción, siguiendo al mencionado autor, tiene base en la idea dialéctica:

Esta idea dialéctica es que toda cosa viviente […] se desarrolla desplegando su naturaleza interna en formas externas y, cuando se ha elaborado completamente esa naturaleza, muere, desaparece, se transforma en una forma que la sucede precisamente porque ha tenido éxito al desarrollarse por completo. Así que la idea dialéctica es la idea de la autodestrucción que genera una nueva creación. (Cohen, 2001: 68).

De este modo, la aproximación dialéctica asume que (y posibilita comprender cómo) el mismo capitalismo produce el socialismo como consecuencia de su propia autotransformación. El socialismo no se desarrolla por fuera de la realidad, sino que se desarrolla dentro de ella.

Frente a la concepción exógena del socialismo que propondrían los utopistas, el marxismo sostiene una visión endógena. La solución a un problema es proporcionada por la conclusión de su desarrollo, se presenta cuando el problema se encuentra completamente desarrollado: tal es la crítica al utopismo. En La ideología alemana se indica: «Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual» (Marx y Engels, 1974: 37). El comunismo es un movimiento real porque proviene de la misma realidad; el movimiento reemplaza el estado actual de las cosas, lo supera, a partir de la conclusión de ese movimiento.

Entonces, prosiguiendo con esta lectura propuesta por Cohen (2001), para el marxismo no se trata de proceder como un ingeniero social, construyendo el socialismo desde cero, sino como un obstetra, dado que el socialismo se encuentra inscrito en la dinámica existente. ¿Por qué como un obstetra? Indica Cohen:

Piensen en el embarazo. La futura madre puede creer que tendrá a su bebé en una semana o mes concreto, pero eso no significa que no haya que hacerle sitio a una comadrona cuando llegue ese momento. Así, también, el capitalismo está embarazado con el socialismo, pero se necesita de la política adecuada para asegurar su alumbramiento seguro. (2001: 64).

De este modo, si bien el socialismo se encuentra en la dinámica de la historia, la concurrencia de la voluntad humana, la acción política, posibilita asistir a dicho parto. Permítase esta licencia poética (no de inspiración propia): «La era está pariendo un corazón, no puede más, se muere de dolor, y hay que acudir corriendo pues se cae el porvenir» (Rodríguez, 1978: pista 4). Con mayor o menor énfasis en la solicitud a la «comadrona», la idea es la misma: el futuro, anhelado, deseado, es uno, y se encuentra inserto en la dinámica presente (la alternativa, que se «caiga» es la «barbarie», un concepto «comodín»2); y hay que colaborar para alcanzar esta solución.

La metáfora obstétrica se encuentra claramente expuesta en Contribución a la crítica de la economía política, donde Marx (2008a) presenta de modo sistemático su teoría de la historia. Señala allí que, al agotarse un orden social, al marchitarse lo que puede ofrecer a la humanidad a partir del incremento de su poder productivo, en forma sincronizada surge un nuevo orden para reemplazar al caduco, y este nuevo orden se encuentra dentro del pretérito. Tal como señala en El Capital, «el problema surge simultáneamente con los medios que permiten resolverlo» (Marx, 2008b: 108).

¿Cuáles fueron las consecuencias para el marxismo de esta concepción obstétrica? La concepción obstétrica fomentó una actitud de desinterés en torno a pensar qué se está intentando lograr, es decir, la sociedad socialista. Al limitarse en pensar en alumbrar, la concepción obstétrica no atiende a qué modelo se propone como reemplazo para el existente (porque los contornos de la nueva sociedad ya están determinados). Y en este sentido, no se preocupa por justificar la superioridad moral de tal sociedad (aunque si bien de un juicio de hecho no puede derivarse un juicio de valor, es decir, si la «inevitabilidad» -o carácter «necesario»- del socialismo no justifica su superioridad, ciertamente la asunción de lo primero restringe considerablemente la reflexión sobre lo segundo). Ello deriva en que el marxismo arrastre un «déficit ético» (Callinicos, 2006). Es decir, la concepción obstétrica explica que el marxismo participara muy magramente de los debates de la modernidad en torno a la justicia y la igualdad (Borón, 2011). En síntesis: el marxismo no habría realizado grandes esfuerzos en argumentar la deseabilidad del socialismo, en gran medida bajo la suposición (imbuida de teleología del progreso) de que lo que vendría después del capitalismo sería mejor (Lizárraga, 2016).

Finalmente, ¿cuál es la actualidad de esta concepción obstétrica en el marxismo? Hoy esta concepción se encuentra devastada: se ha minado la certeza en las bondades del curso histórico y la confianza en la necesidad histórica del socialismo (Petruccelli, 2016). Esta visión teleológica de la historia, «la presunción de que el porvenir nos depara un mundo de sabiduría total, certidumbre plena y abundancia ilimitada donde por ello seremos libres, justos, fraternos y felices» (Bartra, 2016: 70), se encuentra invalidada. También el optimismo epistemológico (entendido como la confianza en la capacidad humana para predecir el futuro) propio de la concepción obstétrica es severamente cuestionado.

En una suerte de balance, Cohen afirma que, si bien el marxismo dio un gran salto hacia adelante respecto a sus precursores al abandonar el intento de describir detalladamente la sociedad futura y proponerse la comprensión realista del funcionamiento del orden social, las explicaciones sobre lo fáctico que proporcionó mostraron sus debilidades. De modo que el marxismo hoy sobrevive como un conjunto de valores, y resulta por tanto más próximo al socialismo utópico:

Ahora el marxismo ha perdido mucho o casi todo de su caparazón, y de su sólido escudo de supuesto realismo […] En las áreas en que el marxismo está aún vivo […] se podría decir que de algún modo éste aparece […] presentándose como un conjunto de valores y modelos para llevar a cabo dichos valores. Por lo tanto, ahora, está lejos de ser distinto al modo en que alguna vez hacía propaganda de sí mismo, en relación al socialismo utópico, con el cual el marxismo tan orgullosamente decía diferenciarse. (Cohen, 2017: 20).

Ariel Petruccelli (2016), por su parte, asumiendo las dificultades que tiene ante sí la dimensión explicativa del marxismo, sostiene su vigencia, a condición de limitar su alcance y reformular varias de sus ideas. Tal cosa encierra, obviamente, abandonar la concepción obstétrica, y pensar asimismo la faz proyectiva del marxismo.

Sea que se defienda el marxismo en un registro, en otro, o en ambos, la idea de la conjunción de lo explicativo y lo justificativo (y la subsunción de lo segundo a lo primero) atraviesa una profunda crisis. Aunque nunca lo asuma explícitamente, la producción tardía de Sánchez Vázquez expresa tal cosa.

SÁNCHEZ VÁZQUEZ: UN PROYECTO DE EMANCIPACIÓN QUE SE EMANCIPA

A lo largo de la obra de Sánchez Vázquez se advierte en su lectura del marxismo la presencia y tensión de un discurso explicativo (pretendidamente científico) y un discurso justificativo (normativo). La estrategia interpretativa del marxismo desplegada por el autor se centra en mantener la unidad de ambas dimensiones. En sus palabras (originalmente publicadas en 1969):

Volviendo a la guillotina de Hume […] hay que reconocer que lo que cae bajo ella es el intento de deducir una conclusión que contiene algo (un «deber ser») que no estaba contenido en la premisa (un «es»). Tal tránsito, ciertamente, es ilegítimo desde un punto de vista lógico, pero ello no significa que el reino del deber ser no tenga ninguna relación, o incluso no hunda sus raíces, en el mundo del ser. (Sánchez Vázquez, 1987: 204).

La teoría de Sánchez Vázquez, expuesta con mayor detalle en su Filosofía de la praxis (2003, publicada en su versión definitiva en 1980), se sustenta en la articulación del ser y el deber ser a partir de lo que «será». Una teleología que integra lo que es en movimiento, es decir, lo que será, con aquello que debe ser. Es presupuesto por nuestro autor el carácter axiológicamente positivo del progreso que se manifiesta ya sea en el plano de la producción social (progreso que conlleva una mayor abundancia de bienes materiales, lo que conduce a la liberación del hombre de las necesidades naturales, posibilitando así su autodesarrollo), en relación con las relaciones sociales (progreso que presenta un control cada vez mayor de éstas por parte de los hombres, tornándolas más conscientes y por tanto libres), y también en el plano espiritual (progreso traducido, entre otras cosas, en incremento de los conocimientos científicos y de la responsabilidad moral en los actos del hombre).

Si entendemos que «la prognosis utópica se diferencia de la prognosis científica por su asunción valorativa: entre los diversos modelos de sociedad el utopista elige, no el de mayor posibilidad real, sino el que juzga más racional y más humano» (Rubio Carracedo, 1987: 97), la estrategia interpretativa del marxismo sostenida por Sánchez Vázquez, en cambio, confunde ambas. El lugar de lo que debe ser, del socialismo, es ciertamente el futuro, pero un futuro que se encuentra inscrito en la dinámica presente. Retomando la conocida metáfora obstétrica de Gerald Cohen, podemos decir que la sociedad se halla preñada de socialismo.

¿Qué podría resultar más gratificante que la fusión del futuro y el valor propuesta por Sánchez Vázquez? La convicción de que el futuro encierra lo valioso resulta un potente catalizador de la esperanza. En el marxismo de Sánchez Vázquez futuro y valor están integrados en una argamasa de optimismo teleológico.

Sin embargo, el fin de la experiencia del «socialismo real» y las transformaciones ocurridas en el capitalismo, conmocionaron al marxismo en los últimos lustros del siglo XX: sin duda, ello impactó sobre la obra de nuestro autor. Ante el nuevo panorama, si bien admitirá la necesidad de realizar ajustes en la teoría marxiana (cuestión en que venía insistiendo desde la década del ochenta), continuará afirmando la capacidad explicativa del marxismo, al tiempo que considerará vigente la potencia de su proyecto político. El marxismo no será para él un «saber sin verdad», ni tampoco una «verdad sin saber» (Palti, 2005), sino que seguirá entendiéndolo como unidad de la crítica-proyecto y el conocimiento científico, articulados en la praxis. Empero, la tensión entre el discurso explicativo y el discurso justificativo, que otrora administrara recurriendo a argumentos teleológicos, se extrema. Aunque jamás admita la carencia de saberes del marxismo (su aspecto científico), el Sánchez Vázquez tardío optará por apuntalar (reformulándola) la verdad del marxismo (su proyecto político), relegando la reflexión acerca de su dimensión cognoscitiva. Así, desde inicios de la década de los ochenta, su producción vira cada vez más marcadamente hacia la filosofía moral y política, buscando vías para reformular el proyecto de emancipación marxista, que cada vez aparece más «emancipado» de las «necesidades» históricas.

SÁNCHEZ VÁZQUEZ ANTE LA POSMODERNIDAD Y LA CRISIS DEL MARXISMO

¿Cómo entiende Sánchez Vázquez el tiempo posmoderno? ¿Cuáles son los cambios acaecidos que él cree conducen a la reformulación del proyecto de emancipación marxista?

Desde la segunda mitad de la década de los ochenta del siglo pasado, Sánchez Vázquez sostiene que el posmodernismo, en tanto cultura o sensibilidad, es expresión de una nueva etapa. Se delimita así de posiciones que no asumen un cambio de época considerando al posmodernismo una simple moda pasajera (Gellner, 1994), o un producto eminentemente cultural surgido como consecuencia de una derrota política de los proyectos radicales (Callinicos, 2011; Eagleton, 1997), factor este último que considera de central relevancia como origen inmediato de la posmodernidad, pero al cual no se reduce la génesis del fenómeno posmoderno.

Asimismo, rechaza que la posmodernidad se encuentre vinculada al surgimiento de una «sociedad posindustrial» (Lyotard, 2000). No estamos en presencia de un tipo completamente nuevo de sociedad, llámese sociedad posindustrial, sociedad de consumo, sociedad de los medios masivos, sociedad de la informática, sociedad electrónica. Los posmodernos, nos dice, sostienen que hay un cambio en las condiciones de existencia, una sociedad informatizada, una sociedad de consumo, pero,

[…] en definitiva, si nos atenemos a las relaciones de producción que están en la base de este mecanismo de explotación y dominación de los hombres y los pueblos, se trata -sin los eufemismos de «sociedad de consumo» o «sociedad posindustrial»- de la sociedad capitalista desarrollada, capitalismo tardío o capitalismo multinacional que emerge después de la Segunda Guerra Mundial y que, lejos de romper con la lógica expansionista del capitalismo moderno -el que Marx conoció, describió y explicó- abre una tercera fase a esa expansión. (Sánchez Vázquez, 1997a: 321).

El sistema capitalista, entonces, luego de haber desplegado un primer periodo centrado en el desarrollo del mercado nacional, y una segunda etapa de carácter imperialista, experimenta ahora el tránsito hacia una tercera fase multinacional; son estas condiciones de existencia propias del capitalismo tardío las que nuestro autor denomina condiciones posmodernas.

Este posicionamiento de Sánchez Vázquez ante el fenómeno se emparenta con las elaboraciones teóricas sobre el posmodernismo desarrolladas por Fredric Jameson (1991). Dicho autor rescata las investigaciones de Ernest Mandel (1979) que demuestran la originalidad de la sociedad contemporánea, indicando que la misma es una nueva etapa (tercera) del capitalismo, más pura que las anteriores, y que existen, por tanto, diferencias estructurales entre el capitalismo contemporáneo y otros momentos del capitalismo. Así, la obra de Mandel le suministra a Jameson una base empírica para la comprensión del presente como una realidad nueva dentro de la evolución del modo de producción capitalista. Ésta acarrea una serie de cambios estructurales, tales como una profundización del capitalismo multinacional, la explosión tecnológica como fuerza impulsora de la ganancia y la innovación, la relocalización del proceso manufacturero en regiones del Tercer Mundo, el aumento inusitado de la especulación internacional y el creciente poder de los conglomerados de mass media. Y entre estas modificaciones opera una transformación en las bases sociales de la sociedad posmoderna: el capitalismo posmoderno es una sociedad de clases, pero éstas ya no serán lo que otrora, dado que se debilitan las tradicionales formaciones de clases, multiplicándose las identidades segmentadas y los grupos locales basados en diferencias étnicas. Este marco teórico acerca de la posmodernidad es asumido por Sánchez Vázquez.

Esta nueva situación, afirma Sánchez Vázquez, requiere reconsiderar qué está caduco y qué vigente en el pensamiento marxiano, como pensamiento orientado hacia la transformación radical del mundo, basado en el análisis de las posibilidades objetivamente fundadas de la transformación. Ya en 1985, en una entrevista brindada a V. Mikecin, Sánchez Vázquez (2011a) sostiene que lo vigente en el marxismo radica en: (a) la postulación de una teoría que no se concibe a sí misma aislada del objeto a conocer, sino que ese objeto a conocer es también objeto a transformar, y en ello la teoría es parte integrante de la praxis transformadora; (b) su concepción materialista de la historia; (c) el descubrimiento de las leyes del modo de producción capitalista y el secreto de la explotación del trabajo asalariado; (d) la exposición del papel de la enajenación en la sociedad moderna, que hoy se expande trasladándose también a la esfera del consumo; (e) la fundamentación, como resultado de todo lo anterior, de la posibilidad histórica del tránsito a una sociedad superior de hombres libres asociados.

Y luego Sánchez Vázquez señala lo que considera son los aspectos caducos del marxismo:3 (a) el tributo que Marx rinde a una concepción hegeliana, eurocéntrica y teleológica de la historia (postulando leyes universales que conducirían inevitablemente al comunismo); (b) el optimismo exagerado de Marx acerca del potencial revolucionario de la clase obrera (centralidad de la clase obrera con base en su cualidad de agente histórico); (c) la exclusividad del interés de clase, y por tanto subestimación de otras formas de dominación diferentes a la clasista (nacional, sexual, racial); (d) la sobreestimación del papel de las fuerzas productivas, subestimando los efectos destructivos de este desarrollo4.

Ahora bien, no haber tomado en consideración los cambios acaecidos en esta tercera fase de expansión del capitalismo, en los procesos de trabajo y las formas de vida, contribuye a generar en el marxismo una crisis que, para Sánchez Vázquez es, sin embargo, fundamentalmente política. Él sostiene que lo que pone en crisis al marxismo no son las inadecuaciones teóricas, sino esencialmente la práctica política que niega el proyecto liberador marxiano, sea por la vía del reformismo socialdemócrata, cada vez más integrado al capitalismo, sea por la práctica del «socialismo real», y posteriormente por el descrédito que representó la caída de éste.

Son estos años posteriores a la segunda mitad de la década del ochenta, años en que se multiplican las voces que se alzan proclamando el fin de todo socialismo. En este escenario, nuestro autor refuerza su planteo de que el socialismo no ha sido realizado: ni la socialdemocracia ni el «socialismo real» fueron proyectos socialistas. Frente al derrumbe del último y la deriva cada vez más abiertamente procapitalista de la primera, reconoce que el socialismo desapareció del horizonte de las masas. El socialismo no está a la orden del día, ya que no es un objetivo visible (Sánchez Vázquez, 2007b). Subraya asimismo el contraste que eso supone con la fortísima presencia que tuviera el socialismo, bajo diferentes formas (sea revolucionaria, pacífica o reformista), durante las primeras siete décadas del siglo XX, e incluso más atrás en el tiempo. La paradoja de esta situación, nos dice, se revela en tanto los males del capitalismo subsisten y se agravan día a día, al tiempo que el socialismo como alternativa al capitalismo desaparece del imaginario de las masas y los movimientos y partidos de izquierda. ¿Qué hacer?

LA RAZÓN AMENAZADA

Desde principios de la década de los noventa y hasta el final de sus días, Sánchez Vázquez reiterará que son tiempos difíciles para el proyecto comunista (2000a; 2013a). El derrumbe del «socialismo real» tuvo efectos funestos: inexistencia de una alternativa al capitalismo, de límites a su expansión política y económica global, agravamiento de la dominación de los países pobres por los países ricos, reforzamiento de la explotación de los trabajadores. Junto a ello, descrédito del socialismo como idea, desconcierto en la izquierda y vacío ideológico, que es ocupado por el renacimiento de viejas ideologías tales como el nacionalismo, los fundamentalismos étnicos y los religiosos (Sánchez Vázquez, 2015b). Es una situación, indica Sánchez Vázquez, no sólo difícil para el proyecto de emancipación marxista, sino para todo proyecto de emancipación (2015c). En este marco, el marxismo se enfrenta, en el terreno de las ideas, a una tendencia en auge, expresión de estos nuevos tiempos.

Ya desde mediados de la década de los ochenta del siglo pasado, Sánchez Vázquez advierte una situación en el medio intelectual en la cual, por un lado, se absolutiza un modo de pensar racional, el de la razón positiva, científica, el cual considera irracional todo lo que escapa a ella, lo que incluiría la política, la moral, la ideología: esta es la posición del neopositivismo. Pero, por otro lado, se produce cierto auge irracionalista en la filosofía (Baudrillard, Derrida) que sostiene que la razón misma se volvió irracional, descubriendo en ella una perversidad intrínseca, e invalidando todo intento de transformación social.

Esta última tendencia es motivo principal de preocupación y reflexión de nuestro autor, quien en el artículo «La razón amenazada» alerta que la razón está perdiendo terreno en el mundo de las ideas, comienza a ser asediada por la creciente influencia de lo que él denomina un «irracionalismo teórico». Indica que éste

[…] discurre por dos vertientes, sin que sean las únicas: 1) La negación del pensar racional y de su fruto más logrado, pero no exclusivo: la ciencia. 2) (Consecuencia de la anterior), la negación de la posibilidad de fundar y organizar racionalmente, en el futuro, las relaciones entre los hombres. (Sánchez Vázquez, 1997b: 310).

Ante esta perspectiva, Sánchez Vázquez sostiene la necesidad de enfrentar dichas tendencias irracionalistas posmodernas reivindicando la esfera de la razón. Ésta, entiende, es la propia de la filosofía, un modo intelectual originado en la Grecia antigua basado en la pretensión de dar a la razón una dimensión universal, que luego en la Edad Media abandona este camino al subordinarse a la fe. Será en la Edad moderna cuando la razón se reafirme: «a) en la relación del hombre con la naturaleza, en la cual se constituye la ciencia moderna; b) en la política como relación de los hombres entre sí» (Sánchez Vázquez, 1997b: 310-311).

En un trabajo posterior, Radiografía del posmodernismo (Sánchez Vázquez, 1997a), nuestro autor traza un panorama más detallado de lo que ahora denomina sin ambages «posmodernismo». Allí enuncia que la posmodernidad es un concepto ambiguo y resbaladizo, y ensaya una aproximación sosteniendo que, como punto de partida, podemos considerar lo posmoderno como alusión a una nueva sensibilidad que corresponde a una nueva realidad social (como fue señalado más arriba). La posmodernidad, entonces, refiere a «un conjunto de proposiciones, valores o actitudes que, independientemente del grado de su validez teórica, no pueden negarse que existen, y funcionan ideológicamente, como parte de la cultura, la sensibilidad o la situación espiritual de nuestro tiempo» (Sánchez Vázquez, 1997a: 317).

Unos años después precisará el contenido de estas proposiciones posmodernas: entre los filósofos posmodernos, indica, se advierte cierta fascinación con la muerte. Así, pasa revista a una serie de muertes: la muerte de la modernidad, de la ideología, de la dicotomía izquierda-derecha, de la utopía, del socialismo, de la idea de progreso, de la idea de emancipación, del sujeto, de la historia (Sánchez Vázquez, 2015d). El posmodernismo vendría a licuar los relatos que marcaron el ethos moderno.

Todas estas defunciones se desprenden de una: el posmodernismo, señala Sánchez Vázquez, proclama la muerte de la razón, y considera a éste su dato central. Por ello, como vimos, desde la década de los ochenta del siglo pasado Sánchez Vázquez insiste en combatir esta tendencia «irracionalista» que cobra cada vez más fuerza en las ideas contemporáneas. En su escrito tardío, «El imperativo de mi filosofar» (Sánchez Vázquez, 2015c), recalca que lo propio de dicha labor es su carácter racional. Mientras la modernidad depositaba una confianza total en la omnipotencia de la razón, el posmodernismo la descalifica, cultivando la irracionalidad, de modo que no vendría a redefinir el sitial de la razón, sino a socavarla. De esta manera, identifica el posmodernismo con el irracionalismo, y le opone ciertos bienes propios de una modernidad racionalizante.

Sánchez Vázquez (2015e) señala dos puntos críticos de la postura «irracionalista». Primero, cuando los filósofos posmodernos atacan a la razón no pueden evitar apelar a la razón, lo cual los ubica en una posición inconsecuente. Luego, estos filósofos confunden el cuestionamiento a una forma histórica de la razón, o cierto uso de la razón (la razón instrumental) con el ataque a la razón tout court.

El esfuerzo del ser humano por lograr un control racional de su entorno, que incluye la búsqueda de extender los métodos de la revolución científica a la explicación del mundo social, es un dato central del pensamiento de Sánchez Vázquez. Como fue señalado, para él la negación de la razón, que implica también la negación de la ciencia, conlleva la invalidación de toda posibilidad de fundar racionalmente un orden social más justo. Al minar los fundamentos del saber, y eliminar todo telos, la posmodernidad representa un tiempo ciertamente oscuro para todo proyecto de emancipación:

Los proyectos de emancipación como los de la ilustración burguesa y el marxismo caen dentro de lo que Lyotard llama los metarrelatos carentes de significación. Su negación posmoderna no se hace para trascenderlos en nombre de otro proyecto, superando sus limitaciones o buscando nuevos fundamentos. Esto último resulta vano, pues el pensamiento posmoderno arroja por la borda la categoría misma de fundamento, con lo cual se arruina todo intento de legitimar el proyecto. (Sánchez Vázquez, 1997a: 322).

La posmodernidad, entonces, no es para nuestro autor una crítica a la modernidad, sino su negación y la ausencia de cualquier otra alternativa. Al desconfiar de la universalidad y la razón, los pensadores posmodernos rechazan la política de la Ilustración y su proyecto de construir un mundo de acuerdo con los principios de la razón universal, pero no proponen sustituir una pretensión de universalidad y racionalidad por otra, ya que eso implicaría seguir en los marcos de la misma Ilustración. De esta manera, avanzan contra toda universalización en tanto siempre conllevaría la subyugación del «otro», y sugieren que toda razón es inherentemente manipuladora y dominante.

Así, el posmodernismo es visto como anulación de todo proyecto emancipatorio, y esto es para Sánchez Vázquez una cuestión clave, no sólo teórica, sino también política, ya que descalifica toda acción, condenando todo intento de transformación radical de la sociedad. El eje de su pensamiento es la convicción de que la sociedad capitalista es injusta, y por ello no cabe renunciar al proyecto de transformarla. El celo crítico mostrado por los pensadores posmodernos ante la modernidad no conlleva la proyección en una alternativa superadora; las muertes por ellos proclamadas nunca incluyen la muerte de la injusticia5.

RESCATE DE OTRA MODERNIDAD

Para Sánchez Vázquez el posmodernismo es, entonces, una negación de la modernidad, y no una alternativa a ella. Lo predominante en esta negación es el entierro de la razón y de todo proyecto de emancipación. Sin embargo, advierte, existen otras voces críticas de la modernidad. Señala así la presencia de una corriente, representada sobre todo por Jürgen Habermas, que somete a crítica a la razón instrumental en la que desembocó la razón ilustrada, y propone completar el proyecto de emancipación moderno a partir de redefinirlo en base a la revisión de la racionalidad instrumental (Sánchez Vázquez, 2000b).

La cuestión aquí gira en torno a si los males de nuestra historia reciente son atribuibles a defectos de la razón ilustrada, o más bien a errores en su aplicación; si irremediablemente el proyecto de la Ilustración llevaba a Auschwitz e Hiroshima, o si todavía es capaz de inspirar acciones emancipadoras. Frente a quienes insisten en abandonarlo completamente, frente al derrotismo posmoderno, Habermas (2008) defiende el proyecto de la Ilustración, es decir, de una organización racional de la vida social. Sostiene que este proyecto se encuentra inconcluso, y (aunque es escéptico acerca de esta posibilidad) su realización exige no un abandono de la razón por los resultados que cierto uso de la misma ha traído, sino un uso de la razón crítica.

Sánchez Vázquez comparte esta perspectiva que aprecia en la modernidad recursos valiosos y un proyecto inacabado. Asimismo, insiste en diferenciarse de un uso meramente instrumental de la razón, reivindicando ante ésta la primacía de la racionalidad valorativa en el proyecto de emancipación:6 si bien el proyecto marxista requiere ambas, «la racionalidad práxica marxiana es preeminentemente valorativa […] El momento axiológico es determinante» (Sánchez Vázquez, 2011b: 45-46).

Pero el filósofo hispano-mexicano afirma que su postura se diferencia de la de Habermas, ya que concibe que la conclusión del inacabado proyecto de emancipación moderna únicamente puede realizarse superando las limitaciones capitalistas, que en las condiciones posmodernas no han hecho más que acentuarse. En este sentido, lo que se encuentra agotado, para Sánchez Vázquez, es la modernidad burguesa que, como se mencionó, es la modernidad «realmente existente». La modernidad capitalista ha demostrado sus inconsecuencias: anunció un reino de abundancia, y profundizó la escasez en el mundo a partir de las leyes de acumulación capitalista.

El proyecto moderno continúa vigente si se concibe como «radicalmente moderno» (Sánchez Vázquez, 2015f: 205), rebasando los límites de la modernidad burguesa en pos de otra modernidad, una modernidad socialista: «si la modernidad en América Latina como proyecto de emancipación, en el sentido originario, burgués, ha fracasado y no tiene perspectivas, se impone la necesidad […] de una modernidad no capitalista» (Sánchez Vázquez, 2000b: 137).

Queda establecido, entonces, que Sánchez Vázquez reivindica y comparte los datos centrales del proyecto moderno: crítica y proyecto de emancipación. El telos moderno de un orden social más justo y racional es asumido plenamente en su marxismo. Ante la cuestión acerca de si es necesario rechazar la modernidad y buscar nuevas perspectivas filosóficas y culturales, o si por el contrario se requiere radicalizar la modernidad mediante una transformación social que realice la promesa de una sociedad racional y libre, Sánchez Vázquez apuesta a esta última opción.

EL SOCIALISMO COMO IDEA MORAL

Es este el nuevo escenario en el que asume su labor Sánchez Vázquez en sus últimos veinticinco años de vida. Y como fue mencionado, sus esfuerzos se orientan hacia el replanteo y refuerzo del proyecto de emancipación marxista. ¿Por qué? Porque en este marco de franco retroceso del marxismo y de todo proyecto superador, de una realidad embebida en el consumismo, hedonismo, egoísmo, escepticismo y relativismo extremo moral y político (Sánchez Vázquez, 2015g), resulta clave rescatar la idea de socialismo, ya que de ello

[…] depende en gran parte un logro esencial: la superación del desconcierto y la pasividad de la izquierda, pues sólo manteniendo viva la idea, el proyecto que durante más de un siglo ha constituido para millones de hombres la razón misma de su existencia, se puede plantear la necesidad y posibilidad de su realización. (Sánchez Vázquez, 2015b: 473).

La cita previa habla por sí sola, y no hay signo de exclamación que resulte suficiente para subrayar la magnitud de este cambio de enfoque, verdadero giro copernicano que resume lo que se ha venido diciendo acerca de la crisis de la concepción obstétrica de la política, y su impacto entre los marxistas y en particular en Sánchez Vázquez. La necesidad y posibilidad del socialismo no emerge de lo real, el comunismo ya no aparece como movimiento que emerge de la misma realidad, sino que es representado como… una idea. Una frágil, exánime idea, acosada, asediada, y de cuyo hálito de vida depende la transformación de todo. Se advierte, entonces, la importancia vital de la cuestión; importancia que no es meramente teórica, sino también práctica y política.

El socialismo como idea para Sánchez Vázquez equivale al socialismo como idea moral. De ahí la modificación de su perspectiva acerca del peso de la moral en el proyecto marxista. Otrora, en el marco de su asunción de una filosofía especulativa de la historia, la moral quedaba absorbida por el «movimiento de lo real». Insistamos en esto: Sánchez Vázquez nunca cayó en un burdo economicismo, y su Filosofía de la praxis subraya una y otra vez en que la transformación socialista, aunque ciertamente bajo determinadas circunstancias objetivas, no se produciría sin mediar la acción consciente del proletariado. Pero se trataba de que el proletariado se eleve de su interés particular a su interés histórico como clase, se trataba de hacer consciente algo que «ya estaba» dado por la historia, y que coincidía con los intereses de toda la humanidad. Así, previo al giro de su producción tardía, en un escrito del año 1979, sostenía:

La solución a esta crisis [de la civilización] no puede estar en la postulación de unos valores universales abstractos, sino en la realización de los valores de aquella clase, de aquellos sectores sociales que encarnan la posibilidad de un ascenso a una fase superior, al socialismo (Sánchez Vázquez, 1995a: 136).

Pero el problema surge si ya no podemos sostener que la historia dicte el interés que le corresponde al proletariado.

En este sentido, agudamente Luis Villoro (2012) advierte acerca de la dificultad de determinar la motivación revolucionaria, es decir, el interés real que movería a los obreros a la acción subversiva. ¿Por qué un individuo elige actuar revolucionariamente? Sostiene que el interés general no puede derivarse del interés particular; más bien, la acción motivada por el interés general supone en el agente el abandono del cálculo utilitario-personal y la adopción de una perspectiva orientada hacia la realización del bien común. De modo que «el discurso libertario de Marx no puede derivarse causalmente de los intereses empíricos de la clase trabajadora. Corresponde a una opción ética» (Villoro, 2012: 169). El último Sánchez Vázquez, erosionadas sus certidumbres teleológicas, adopta este enfoque y otorga una creciente relevancia a la reflexión en torno a los valores morales, a la moral individual, al ethos necesario para el proyecto socialista.

Realicemos un breve repaso de sus ideas tardías al respecto: en 1992 indica que la izquierda debe hacer una nueva política teniendo como eje los fines y valores que le dan sentido, «una política impregnada de un profundo contenido moral» (Sánchez Vázquez, 2015h: 469). Unos años después afirma que la moral es parte inescindible del proyecto de emancipación en tanto éste se orienta a partir de valores morales como la justicia, la igualdad, la fraternidad, la solidaridad, y en ese sentido destaca:

El comportamiento político de los millones de revolucionarios que, inspirados por el marxismo, han sacrificado no sólo su relativo bienestar cotidiano, sino incluso -en muchos casos- su libertad y su vida, no podría explicarse sin su aspiración a realizar un proyecto, meta o ideal que entraña valores morales y que impregna sus actos de una dimensión moral. (Sánchez Vázquez, 1995b: 305).

En la misma sintonía, más adelante asegura que terminar con los males del capitalismo es la razón de ser del socialismo «la misma razón de que, desde hace siglo y medio, tantos hombres hayan soñado con esa utopía y dado por ello lo mejor de su vida sin reparar en sacrificios» (Sánchez Vázquez, 2015b: 470-471). Y luego señala: «Nadie se incorporaría a esa lucha porque la meta que se persigue esté garantizada científicamente, sino porque dicha meta, ideal o utopía es un valor o conjunto de valores» (Sánchez Vázquez, 2015b: 480). Finalmente, en sus últimos años de vida reafirma: «Ser marxista hoy significa no sólo poner en juego la inteligencia para fundamentar la necesidad y posibilidad de esa alternativa, sino también tensar la voluntad para responder al imperativo político-moral de contribuir a realizarla» (Sánchez Vázquez, 2013b: 119).

De este modo, contemplamos las diversas formas en que para Sánchez Vázquez la moral se hace presente en el proyecto de emancipación socialista: (a) en los fines y valores humanistas; (b) en los medios para realizar los fines (los cuales deben juzgarse no sólo desde su eficacia, sino desde un criterio moral); (c) en las virtudes morales (solidaridad, lealtad, sinceridad, coherencia, altruismo, etc.) que los sujetos individuales y colectivos deben mostrar; (d) en la motivación moral de la participación política, aun en situaciones que entrañan riesgos mortales (Sánchez Vázquez, 2006).

Sin entrar en el análisis de cada uno de estos puntos (tarea que excede los propósitos de la presente comunicación), estas diferentes dimensiones morales del proyecto de emancipación socialista enunciadas por Sánchez Vázquez dan cuenta del peso que la reflexión moral cobra en su obra tardía, así como de su cambio de enfoque respecto a la comprensión de la moral, al punto que la misma supervivencia del socialismo depende de mantener viva su idea como conjunto de valores morales superiores al capitalismo.

CONCLUSIONES

Hemos iniciado este artículo explicando lo que Cohen denomina «concepción obstétrica de la práctica política», concepción que se basa en la idea de que toda cosa se desarrolla a partir del despliegue de su naturaleza interna, y al realizarse completamente esa naturaleza, desaparece dando lugar a una nueva creación. Ello implica que el desarrollo del capitalismo produce endógenamente el socialismo; es decir, que el movimiento real anula el estado de cosas existentes y da lugar a su superación, por lo que el socialismo se encuentra inscrito en la dinámica histórica, y el papel desempeñado por los hombres es el de asistir dicho parto.

Hemos revisado, asimismo, las consecuencias que para el marxismo tuvo esta concepción obstétrica: indiferencia en torno a reflexionar acerca de las características de la sociedad proyectada (el socialismo), puesto que están dadas por la dinámica de la historia, así como desinterés respecto a justificar la superioridad moral de dicha sociedad (cuestión que deriva en un «déficit ético» del marxismo, lo que conlleva una débil participación en los debates en torno a la justicia y la igualdad).

Habiendo señalado la debacle de esta concepción teleológica de la historia, orientamos nuestra reflexión hacia el impacto de ello en la obra tardía de Sánchez Vázquez. Recordamos que en la obra de dicho autor se advierte la presencia y tensión del discurso explicativo y el discurso justificativo, y la estrategia desplegada por el autor para mantener la unidad de ambos, cuya base reside en la articulación del ser y el deber ser a partir de lo que «será»: futuro y valor coinciden, se integran a partir de un marcado optimismo teleológico.

Así, hemos argumentado que, en su producción tardía, Sánchez Vázquez continúa afirmando la vigencia de la dimensión justificativa y la dimensión explicativa del marxismo; empero, ante el abandono de una teleología optimista, la tensión entre ambas dimensiones se extrema haciéndose evidente. En este marco, sus esfuerzos se orientan a apuntalar (y reformular) la dimensión justificativa del marxismo: es decir, en su producción tardía Sánchez Vázquez se inclina cada vez más marcadamente hacia la reflexión moral y política.

Hemos establecido que este giro normativo de su obra se produce en (y es acicateado por) un contexto en el cual, según Sánchez Vázquez: (a) el capitalismo ingresa en una nueva fase, lo que supone una transformación en sus bases sociales (el capitalismo tardío seguirá siendo una sociedad de clases, pero ahora se debilitan las tradicionales formaciones de clases, multiplicándose las identidades segmentadas); (b) se produce una ofensiva global del neoliberalismo (que conlleva el reforzamiento del dominio de los países ricos sobre los pobres, y el incremento de la brecha entre ricos y pobres al interior de cada país); (c) el socialismo se encuentra desacreditado a ojos de las masas y la izquierda se halla carente de ideas.

Hemos enfatizado que, en este difícil contexto, Sánchez Vázquez entiende que el proyecto comunista debe, además, enfrentar el auge de una tendencia irracionalista en el terreno de la filosofía (posmodernismo), que niega el pensar racional y con ello la posibilidad de fundar racionalmente un proyecto de emancipación. Es ante la diatriba posmoderna contra la Ilustración que Sánchez Vázquez defiende el proyecto de la modernidad, aunque considera que es necesario superar sus limitaciones capitalistas, radicalizarlo, abriendo la perspectiva de una modernidad socialista.

Finalmente, hemos destacado que en esta etapa tardía de su producción Sánchez Vázquez considera que la clave de su actividad consiste en rescatar la idea del socialismo, su proyecto de emancipación (es decir, no la dimensión explicativa del marxismo, sino su dimensión justificativa); ello evidencia su alejamiento de la concepción obstétrica que postulaba que el socialismo surgiría a partir del movimiento de lo real, y en cambio ahora sostiene que su posibilidad de realización depende de la defensa y reformulación de la idea del socialismo. De esta manera, Sánchez Vázquez se aproxima a la postura de Gerald Cohen (2017) respecto a que el marxismo sobrevive como un conjunto de valores; aunque nunca lo afirme explícitamente, para el último Sánchez Vázquez el marxismo será (cada vez menos un saber y) fundamentalmente una verdad.

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Notes

[1] La mayor parte de las obras citadas de Sánchez Vázquez corresponden al último periodo de su producción, esto es, desde mediados de la década de los ochenta en adelante. En los casos en que nos retrotraemos más allá de este arco temporal, se indica tal cosa en el cuerpo de texto.

[2] En el marxismo, el concepto de barbarie, como acertadamente señala Ariel Petruccelli, es un «concepto comodín eternamente indefinido» (2016: 18).

[3] Este mismo listado Sánchez Vázquez lo repite, con ligeras variaciones, en Marxismo y socialismo, hoy (2007a); En la utopía socialista ¿de qué socialismo hablamos? (2007b); Una vida en la unam (2015a).

[4] Dado que nuestro objeto de estudio atañe al proyecto de emancipación formulado por Sánchez Vázquez, nos interesan especialmente las variaciones que introducirá en él. Dejamos a un lado, entonces, el test acerca de los elementos que considera vigentes para la explicación de la sociedad capitalista y su desarrollo: sólo digamos que no dedica a tal tarea sus mayores ni mejores esfuerzos, ni logra tampoco reformular consistentemente su teoría (por caso jamás revisará la versión definitiva de su obra fundamental, Filosofía de la praxis, sino que, por el contrario, reivindicará lo expresado en dicha obra).

[5] «Estos filósofos [posmodernos] la descalifican [a la filosofía] por proponer, en la actualidad, lo que la filosofía, desde Platón a John Rawls, ha propuesto más de una vez: una sociedad justa o una vida humana buena» (Sánchez Vázquez, 2013a: 90).

[6] «La racionalidad de los fines y de los valores no puede quedar absorbida por la razón instrumental de la pura eficiencia» (Sánchez Vázquez, 2015g: 543).



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