Lara Figueroa: PLANEACIÓN, DESARROLLO Y UNA EXPERIENCIA DE INVESTIGACIÓN-INTERVENCIÓN PSICOSOCIAL CON FAMILIAS EN COMUNIDAD


DE LO PERDIDO, LO ENCONTRADO

El presente texto parece, más que una propuesta de intervención, una denuncia, en la cual se muestra con claridad la poca o nula racionalidad aplicada en la sociedad, y aunque no se puede generalizar también es claro que se puede ubicar en todos y cada uno de los estratos sociales, a pesar de que mucho de ello puede tener su origen en el tema principal de este texto, la violencia.

Por otra parte, es necesario resaltar que el contenido es sin duda una muestra de la aplicación del conocimiento y de los escenarios de profesionalización de los estudiantes universitarios, en este caso de los próximos profesionistas de la licenciatura en Psicología Social de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa.

La lectura del contenido me condujo al recuerdo de una experiencia reciente. Derivado de un encuentro internacional a principios de diciembre de 2020, los puntos de reflexión se hacen presentes en este evento; se buscaba plasmar la participación de los estudiantes universitarios en el campo de la intervención y la aplicación de sus conocimientos en la solución de problemáticas psicosociales, producto de la situación del Covid-19. Auspiciado por distintas instituciones educativas, el encuentro tuvo como eje principal la participación de los estudiantes, los cuales, a partir del asesoramiento y en algunos casos la orientación de algunos académicos, dieron muestra de la necesidad de recibir una educación de calidad, que pueda fortalecer sus habilidades y capacidades para desarrollarse en el futuro cercano como mejores profesionistas.

Lejos de describir como buenos o malos trabajos lo que se presentó en dicho evento, la parte importante se centró en las experiencias expresadas, las cuales mostraban no solo su capacidad profesional (desarrollada, en palabras de ellos, por la oportunidad de obtener escenarios de práctica real), sino la emoción, y un notorio sentido de compromiso social.

Bajo estos puntos de reflexión surge como tema primordial el que hacer desde la psicología social. Esta tarea, o cómo hacerla desde, no parece ser una respuesta fácil. Las implicaciones de ello no son labor de uno solo, ni de unos cuantos; ello solo puede ser concebido desde los marcos de participación y de acción, que son plasmados a lo largo del texto. Teoría y sentido común, diagnóstico y realidad cotidiana, confrontación y evasión, responsabilidad y omisión, participación y pasividad, universidad y sociedad, entre muchas otras parejas (no necesariamente dicotómicas, sino divergentes) que parecen hacerse presentes en cualquier escenario o teatro de la vida real, relaciones interactivas que requieren llegar a puntos de encuentro y de negociación para asegurar el avance o desarrollo y, dado el caso, en las posibles soluciones de los conflictos sociales derivados de los mismos esquemas de interacción social.

A manera de analogía de teatro, mencionado ya o imaginado en mi cabeza, es la vida cotidiana la que nos presta una gran diversidad de escenarios, en los cuales los psicólogos sociales (o cualquier otro profesional), expertos o en formación, deben tomar la decisión de formar parte del elenco y convertirse en actores de una obra que busca un bienestar colectivo. La escenografía de la obra en este caso se llama Ixtapaluca. Ubicada en el Estado México, y en delimitación con algunos de los municipios con características más semiurbanas, esta región del país no queda exenta de problemáticas del orden psicosocial, marco que da origen el proyecto de intervención del que se desprende esta publicación.

Este libro es el resultado de años de intervención e investigación del proyecto de Aplicación de un modelo biopsicosocial para el bienestar familiar. Disminución de factores estresantes y conductas agresivas durante la convivencia cotidiana (Pérez Ramos, 2020, p. 27), desarrollado por el Laboratorio de Bienestar Psicosocial y Salud (LBPYS) de la licenciatura de Psicología social de la UAM-Iztapalapa, en el que en su mayoría se encuentra constituido por alumnos de dicha licenciatura y que, no conformes con el proceso de aprendizaje otorgado por la institución educativa, deciden subirse al escenario para formar parte de algo más que una simple representación que simula la normalidad de la vida cotidiana, normalidad que es el producto de la normalización obligada por las circunstancias y por la omisión de las autoridades indolentes o incompetentes, las cuales sí parecen simular su acción obligada.

VIOLENCIA, FACTORES DE RIESGO Y ESTRÉS

La violencia es sin duda origen de muchas de las problemáticas que surgen en las comunidades, y esta parece ser el tema principal de este escenario. Visto desde la trilogía de Galton (1998), violencia estructural y violencia simbólica que apuntalan a la violencia directa, ella parece ser en factor común de todos y cada uno de los procesos de investigación e intervención llevados a cabo a lo largo del caminar del LBPYS.

Por otra parte, pero bajo la misma línea, ya que se puede considerar que es parte de la misma violencia, se pueden identificar los factores de riesgo que se originan a partir de las formas de interacción, sean estas hacia el interior de la familia o desde los aspectos ambientales o sociales, ubicándolos quizá como resultado de la misma violencia estructural y contextual, la generación de diversos comportamientos o escenarios de riego en la comunidad que no solo modifican la vida cotidiana de los actores de estos comportamientos, sino también de la misma localidad y de las posibles redes sociales de apoyo. Dando seguimiento a esta diversificación de la misma violencia, es importante destacar uno de los muchos resultados de la variante estructural, que resalta por su elevado índice de presencia: la pobreza, la cual se establece como parte del marco contextual que engloba las características de la localidad donde se realiza la participación de LBPYS y que de alguna forma provocan no solo nuevas situaciones de comportamientos adversos, de riesgo o violentos y problemas educativos, sino también en el ámbito de la salud mental y física, desatando la aparición de diversos niveles de estrés, que según estudios propician de igual manera escenarios de agresión entre algunas otras consecuencias.

Delimitado a la colonia Molino, a la E.S.T. 115 y en busca de alcanzar el objetivo de disminuir las conductas agresivas entre padres y sus hijos adolescentes (Pérez Ramos, 2020, p. 27), mediante un entrenamiento fisiológico, socioemocional y conductual, el texto se enmarca en el referente de las experiencias obtenidas a lo largo del proceso de implementación del proyecto. Como es de suponer, toda intervención se encuentra dividida en por lo menos tres fases: el antecedente, el desarrollo y la conclusión; por tanto, la primera de ellas tiene como referente tres orientaciones teóricas metodológicas que acompañaron durante todo el proceso al equipo interventor. La violencia de género enmarcada en el modelo ecológico resalta la conjunción de muchos factores de orden individual, familiar, social, cultural, económico y político (oms, 2002). Estos factores se agrupan en cuatro niveles que describen los factores individuales, relacionales, comunitarios y sociales (Pérez Ramos, 2020, p. 36). Sin duda, tema polémico, más si se percibe desde la visión de género y aún más cuando parece desglosarse hacia la violencia de la mujer y en que se encuentra una de las primeras justificaciones de la intervención biopsicosocial. Redes sociales, con un marco teórico metodológico que ve su orientación al análisis de los factores de riesgo que enfrentan o generan los adolescentes a lo largo de esta etapa de la vida y que a su vez pueden direccionar sus tomas de decisiones personales o colectivas para su bienestar futuro, los factores de riesgo a los que los adolescentes están expuestos son muy amplios y diversos, algunos derivados de conductas que con alguna probabilidad pueden presentar, mientras que otros son resultado de interacciones complejas entre las condiciones socioeconómicas, inseguridad y violencia de las zonas en que habitan, es decir, algunos adolescentes están expuestos a más riesgos en función de sus condiciones de vida (Pérez Ramos, 2020, p. 53). El estrés, visto como un factor multiplicador de comportamientos o respuestas físicas y sociales diversas, es abordado a partir de distintos referentes teóricos y metodológicos. Por tanto, se debe considerar que para que una fuente de estimulación se considere un factor de estrés, ha de ser evaluada por un individuo como amenazante, excediendo sus recursos, y con posibilidad de poner en riesgo su bienestar (Lazarus y Folkman, 1986, p. 143). Enmarcado en los procesos de afrontamiento, pero también en el de los factores partícipes de las conductas agresivas, el estrés y en específico el parental, pasa a formar parte, junto con la violencia, de los dos temas de mayor importancia, no solo del proceso de investigación e intervención, sino también bajo los mecanismos de afectación, ya que puede ser parte de las posibles respuestas que genera distintos niveles de agresividad.

Sumando a estos tres principales referentes teóricos (mas no los únicos), se cuenta con la instrucción metodológica mixta, dividida principalmente en dos bloques: la metodología de campo, orientada principalmente por la investigación-acción (I.A.) de Kurt Lewin en 1944, y los principios de la investigación-acción-participativa (I.A.P.) de Paulo Freire en 1968, y de Fals Borda en 1972, mientras que el segundo bloque se derivó a la investigación instrumental, por llamarla de alguna forma, aquella que implica el uso de instrumentos y de recolección de información mayormente estructurada.

Bajo el principio básico de que la intervención psicosocial tiene como objetivo el cambio social, es claro visualizar por medio del texto que este era otro de los principales objetivos del proyecto, y que la consecución de este debería partir desde la correcta planeación, la cual fue obtenida por medio de las orientaciones metodológicas de campo, la I.A. y la I.A.P. Desarrollar una investigación directamente en campo implica varios pasos: el primero es la inmersión y lograr la confianza de la comunidad; el segundo es el diagnóstico y la detección de necesidades; luego, con toda esa información acumulada, puede generarse la planeación de la intervención. Al haberse obtenido los resultados del diagnóstico, puede entonces elaborarse la planeación de la intervención-acción en comunidad (Pérez Ramos, 2020, p. 177), que se orienta hacia el cumplimento del objetivo de cambio social.

Con el cuidado correspondiente de tratar de plantear una tesis central del texto, la investigación-intervención parece partir de la idea de que el estrés parental y el estrés crónico son factores fundamentales en la adquisición de patrones de comportamiento agresivo y de factores de riesgo de los adolescentes que participaron en este estudio, siendo el estrés el resultado de las condiciones contextuales, como ya se había mencionado, producto de la violencia simbólica y estructural que inunda la localidad.

Regresando a los marcos de acción, la perspectiva sistémica ecológica parece proponer una mejor estructura del proceso de intervención, y es de esta donde la consideración de los diferentes actores del proceso comienzan a enlistarse, pensando los ya incorporados, adolescentes, padres, profesores y demás profesionistas o personas que forman parte de la localidad; los estudiantes universitarios, nombrados como psicólogos facilitadores, hacen su aparición no sin antes haber recibido un exhaustivo entrenamiento, constituido desde distintas estrategias, marcos teóricos y referenciales (descripción de la capacitación que se puede ver a grandes rasgos en las páginas 195-196), que proporcionan los elementos básicos necesarios para iniciar el proceso.

De la misma manera que el programa de capacitación, la planeación de la intervención debe ser revisada y adaptada; por tanto, surge el planteamiento de nuevos objetivos, que parten de uno de los centrales ya mencionado, relacionado con el cambio social. Como puede verse en las páginas 193-194, las dimensiones, objetivos específicos y estrategias dan forma a la labor.

Configurada mediante dos fases, la implementación de la intervención (llevada principalmente por los estudiantes) pone en marcha la primera de ellas, la del pilotaje, que pone a prueba las estrategias seleccionadas para alcanzar los objetivos. Los resultados obtenidos de inicio, a partir de la etapa de investigación que, como se ha comentado, parecía que ubicaba los comportamientos agresivos como resultado de los niveles de estrés, generados por los procesos de interacción contextual, los cuales están inmersos en distintas variantes del factor de la violencia, constituyen el primer blanco a trabajar con la primera fase. Para esta, se realizó una intervención biopsicosocial para los integrantes del proyecto fomentando conductas que permitieran un buen desarrollo de los individuos dentro del entorno familiar (Pérez Ramos, 2020, p. 214). De forma aparente, lo conseguido durante la fase piloto enfocada en medir situaciones en el exosistema, tales como el apoyo social y comunitario (Pérez Ramos, 2020, p. 222), parece dar muestras de la eficacia de la implementación, pues el sector de la población atendida durante ella reporta mejoras en la reducción del estrés y en las estrategias de comunicación que facilitan de igual manera la reducción de las manifestaciones agresivas. Por otra parte, la aplicación de instrumentos como el Sistema de Codificación de la Comunicación Intrafamiliar (COMIN), desarrollado por Pérez Ramos (2009), facilitó a lo largo de las dos fases, la interpretación cuanti-cualitativa, de la información obtenida durante de pretest y postest, importantes en detectar la posible modificación de conducta.

En la segunda de las fases, la denominada intermedia, se añadieron instrumentos para medir situaciones dentro del microsistema y del desarrollo del individuo; en esta nueva fase, el entrenamiento brindado por los facilitadores a los participantes, para mejorar la comunicación, asertividad, empatía, estrategias de negociación, etcétera, se impartió de la misma manera como en la fase piloto (Pérez Ramos, 2020, p. 222). Para esta etapa, aun cuando no existió ninguna variación en la aplicación, no así en los instrumentos y habilidades a fomentar, los datos obtenidos resultaron alentadores de igual manera; aunque en algunos rubros se mantuvo estable, en las dimensiones de flexibilidad y cohesión familiar se percibe una mejora, al igual que en las dimensiones de afrontamiento después de la implementación de las estrategias facilitadoras.

Ambas fases dieron cuenta de la eficacia de los procesos de medición, pero también de las capacidades reduccionistas que ellas ofrecen, pues como mencionan los psicólogos facilitadores la confrontación de los datos con la realidad pone en entredicho los aspectos cuantitativos estandarizados:

Las medidas psicométricas son elementos que nos permiten medir variables psicológicas dentro de la intervención, pero no podemos dejar de lado la humanidad de los datos; los múltiples cambios, tanto en las dinámicas como en el desarrollo de los participantes, debe de ser un eje primordial para poder realizar medidas psicométricas. Si deseáramos observar solo la normalidad o anormalidad de un individuo, las escalas resultan herramientas útiles; sin embargo, los participantes necesitan una escala propia con mediciones propias para su contexto único (Pérez Ramos, 2020, p. 238).

Finalmente, es claro que los procesos investigativos y de intervención deberían suponer una misma orientación; sin embargo, como se puede identificar en la cita anterior, al parecer el ser humano es más que números y que la predicción de su comportamiento va más allá de la estandarización de instrumentos y de mediciones que nos establecen puntajes de normalidad. Lo cierto es que aun cuando la investigación-intervención no ha sido concluida, por ende, el reporte de los resultados tampoco, por lo cual el adelanto de lo presentado nos debe llevar a distintos puntos de reflexión, que pueden estar moviéndose en las distintas esferas que oscilan entre lo científico y la vida cotidiana.

En conclusión, lo revisado en este documento parece dar muestra de que muchas cosas se han perdido en el camino, se han perdido por diversos motivos y aunque se pueden establecer culpables o no, lo cierto es que la mayor parte tiene origen en el mismo origen, es decir, ahí donde surgen los problemas es donde también surgen las soluciones. La ciencia, preocupada por el control y la explicación de todo lo que se pueda, por lo menos dentro del ámbito de lo humano, ha dedicado la mayor parte de su tiempo en dar explicaciones generalizables sin considerar directamente el factor humano, solo para el caso de la obtención de datos, pero no dentro del contexto de su vida cotidiana, y aunque existen muchos teóricos que lo han advertido, parece que no han sido del todo escuchados, lo cual me regresa a la cita con la que inicié el cierre de este documento, pues se lee con gusto que alumnos en formación den cuenta de lo mencionado. Otro punto importante por sí mismo son los resultados obtenidos hasta el momento, y que no radican solo en el proceso de investigación, sino en el proceso de intervención y de la decidida participación de la población, siendo un factor más de admiración el hecho de reconocer la existencia de problemáticas y no estar conformes con ser una estadística más de la violencia y unos puntos más dentro de la gráfica de la normalidad normalizada. Y finalmente, dar cuenta que es la misma estructura social, a través de sus distintas variantes de la violencia no física, la que, apoyada en distintos mecanismos del orden cognitivo, emocional, social, estructural y contextual, consigue establecer patrones agresivos que en muchos de los casos derivan en comportamientos de violencia física. Por tanto, es importante aceptar que mucho se ha perdido desde la ciencia y desde lo humano, y lo imprescindible es reencontrar lo perdido, pero por lo pronto conformarse con, de lo perdido, lo encontrado.



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POLIS. vol. 20, núm. 1. Nueva época, enero-junio de 2024, es una publicación semestral editada por la Universidad Autónoma Metropolitana a través de la Unidad Iztapalapa, División Ciencias Sociales y Humanidades, Departamento de Sociología. Prolongación Canal de Miramontes 3855, Col. Ex-Hacienda San Juan de Dios, Alcaldía Tlalpan, C.P. 14387, Ciudad de México, y Av. Ferrocarril San Rafael Atlixco 186, edificio H, cubículo 101, Col. Leyes de Reforma 1A Sección, Alcaldía Iztapalapa, C.P. 09310, Ciudad de México; teléfono 55 5804-4600, ext. 4788. Página electrónica de la revista: polismexico.izt.uam.mx. Correo electrónico: <rpolis@izt.uam.mx>. Editor responsable: Dr. Martín Manuel Checa Artasu. Certificado de Reserva de Derechos al Uso Exclusivo de Título No. 04-2011-061717205300-102, issn 1870-2333, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número, Dr. Carlos Juárez Gutiérrez, Departamento de Sociología, División de Ciencias Sociales y Humanidades, Unidad Iztapalapa, Av. Ferrocarril San Rafael Atlixco, número 186, colonia Leyes de Reforma 1A Sección, Alcaldía Iztapalapa. Código postal 09310, Ciudad de México; fecha de la última modificación: 22 de octubre de 2024. Tamaño del archivo 2.2 MB.

 

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