Hannah Arendt (1906-1975), filósofa y teórica política judía, alemana por nacimiento y naturalizada estadounidense, es hoy ampliamente conocida por su vasta obra y legado en cuanto a temas relacionados con la violencia, la política, el autoritarismo, el mal, la libertad, la revolución, entre otros. En su reciente libro ¿Por qué leer a Hannah Arendt hoy?, Richard Bernstein, destacado filósofo pragmatista norteamericano, se encarga de delinear de manera concreta todos los elementos de la obra de Arendt que pueden sernos de gran utilidad teórica y práctica al día de hoy, apuntando las razones por las cuales, desde su punto de vista, resulta fructífero voltear a ver su obra a pesar del tiempo transcurrido desde que fue escrita; rechazando así todas las aseveraciones hechas por otros académicos de que los temas y los abordajes utilizados por Arendt carecen hoy de utilidad.
En su introducción, Bernstein comienza asegurando enfáticamente que Arendt fue una mujer increiblemente perceptiva respecto a los problemas, perplejidades y tendencias peligrosas de la vida política de su época, muchas de las cuales no han desaparecido; y que mientras Arendt reconocía la gravedad de estas problemáticas, mantuvo la firme esperanza de que podíamos encontrar cierta iluminación de la mano de algunas personas y de sus obras que nos ayudara a superar las dificultades. El autor también resalta que, contrario a lo que sucedió mientras Arendt vivía, hoy existe un apasionado interés mundial por su trabajo. Habiendo dejado bastante claro lo anterior, comienza a relatar, de manera breve, algunos puntos importantes de la vida de Arendt, la cual, asegura, estuvo caracterizada por la buena fortuna. Nos cuenta sobre sus años y sus estudios en Alemania en los veinte, donde tuvo como profesores a pensadores de la talla de Martin Heidegger -con quien mantuvo una complicada relación afectiva a lo largo de prácticamente toda su vida-, Karl Jaspers y Bultmann, así como las experiencias que vivió cuando los nazis subieron al poder a partir de 1933, lo que incluye su detención e interrogatorio del que logró ser liberada sin mayores repercusiones. Debido al aumento del antisemitismo y de la violencia hacia los judíos derivada de éste, Arendt huyó de Alemania y, después de haber pasado por varios países, llegó a París, que en esos momentos fungía como refugio para miles de judíos alemanes. Ahí, Arendt tuvo la fortuna de encontrar trabajo en diversas organizaciones judías y sionistas, además de que fue donde conoció a Heinrich Blücher, con quien se casaría en 1940. Ese mismo año, antes de la invasión alemana a Francia, todos los “inmigrantes enemigos” (p. 14) de entre 17 y 55 años fueron detenidos y enviados a campos de reclusión. Arendt fue enviada al campo de Gurs, cerca de la frontera con España, del cual logró escapar durante la invasión a Francia para reencontrarse con su esposo y su madre, quienes también estuvieron recluidos en otros campos. Después de una serie de afortunados eventos, Arendt y Blücher consiguieron escapar de Francia, cruzar España y llegar hasta Lisboa, Portugal, para tomar un crucero que los llevaría a Nueva York, en 1941, cuando Arendt contaba con 35 años de edad y no sabía hablar inglés. Ahí, de la mano de amistades que fue forjando en el camino, logró traducir sus escritos y publicarlos en periódicos judíos locales, además de trabajar en diversas organizaciones. Ya en Estados Unidos, continúa Bernstein, Arendt escribió y publicó en 1951 su célebre libro Los orígenes del totalitarismo, el cual, a pesar de las controversias que suscitó, la posicionó como una pensadora política de primer nivel. Asimismo, Bernstein relata otros eventos, como la asistencia de Arendt al juicio de Eichmann en Jerusalén, que tuvieron una influencia decisiva en su pensamiento y sus acciones.
En consecuencia, conocer la vida de Arendt es de vital importancia para entender su pensamiento, pues la gran mayoría de sus obras, ideas e intereses tienen como punto de partida sus experiencias vividas, desde el totalitarismo y el autoritarismo en la Alemania nazi hasta el racismo y segregación hacia los negros que presenció ya en los Estados Unidos, pasando por los problemas de la política, la revolución, la violencia, etc. Sin embargo, más que hacer un recuento de su obra completa, Bernstein se enfoca en mencionar puntualmente aquellos temas abordados por Arendt que resultan relevantes para enfrentar problemas actuales.
Ya entrando en materia, en el primer capítulo, titulado Apátridas y refugiados, el autor esgrime las preocupaciones de Arendt en torno a dicha condición, que también fue la suya, a la que se ven sometidas miles de personas en el mundo, víctimas de conflictos ante los que nada pueden hacer. Se resalta el hecho de que Arendt notó que el término refugiado había cambiado su significado, pues de ser uno que aludía a personas expulsadas de su país o víctimas de persecuciones políticas directas, pasó a ser uno que se refería a aquellos que han tenido la desgracia de llegar a un país nuevo sin medio alguno, que dependen de la ayuda de organizaciones para su supervivencia. Asimismo, Arendt aseguraba que el principal problema de todos era la pérdida de la identidad que se experimentaba, y criticó siempre aquello que denominó como el falso optimismo de los recién llegados a los países que los acogían, pues lo que siempre les esperaba eran dificultades y martirios. Arendt se refería a los apátridas como un pueblo nuevo que se encuentra siempre en crecimiento, un pueblo que es producto del declive del Estado-nación y que surge como consecuencia sintomática de la política contemporánea. Esta crítica de Arendt fue tan relevante en aquellos años como lo podría ser ahora. A ella, Bernstein agrega que los sucesos políticos suman cada vez más masas de apátridas y de refugiados; los gobiernos de las naciones deciden a quien adoptan y a quien no, haciendo grandes esfuerzos para mantener a los “indeseados” al margen. Todos estos problemas que Arendt señaló nos siguen acechando en la actualidad, y probablemente hoy sean más intensos y exacerbados.
En consonancia con el primer capítulo, el siguiente, El derecho a tener derechos, aborda el reconocimiento que Arendt hizo de las declaraciones de los derechos, tanto en Francia como en Estados Unidos, asegurando que éstas hacían que la fuente de la ley se encontrara ahora precisamente en las personas y ya no en un dios o una tradición histórica. Sin embargo, Arendt criticó en varias ocasiones lo abstracto de dichos derechos y las permanentes dificultades existentes para garantizarlos. Su preocupación más profunda era el estatus legal de aquellas personas que se encontraban en calidad de refugiados y de apátridas, pues éstos no sólo carecían de hogar, comunidad e identidad, sino de protección gubernamental y de una ley que aplicara para ellos. En este sentido, Arendt afirmaba que existe una muy delgada línea entre despojar a alguien de sus derechos y despojarlo de la vida misma; pues lo que esta falta de pertenencia a una comunidad y la falta de una ley que los respaldara y protegiera tenía como consecuencia el hacer superfluas a las personas. Por ello, afirmaba Arendt, el derecho a tener derechos es el derecho fundamental y supremo, el pertenecer a una comunidad organizada donde estos puedan ser garantizados y protegidos.
Bernstein apunta que, inevitablemente, estos dos primeros capítulos traen a la mente la problemática migratoria que vivimos al día de hoy, siendo esta una de las más agudas que han existido. Aunque el autor se limita a referirse a la que ocurre principalmente en los países de Oriente Medio y del Norte de África hacia Europa, la situación que se vive en Centroamérica no es menor; y en ambos casos estos fenómenos han venido acompañados de discursos, actos y -en el peor de los casos- políticas xenófobas, nacionalistas y discriminatorias; transformando en superfluas a las personas que lo sufren.
A lo largo de todo el libro, Bernstein enfatiza que Arendt fue alguien que se mantuvo con una actitud siempre crítica, incluyendo aquellas ideas o actividades con las que ella simpatizaba. Uno de sus desacuerdos y de sus más fuertes críticas es el tema del tercer capítulo Oposición leal: la crítica de Arendt al sionismo. Estas críticas estuvieron dirigidas hacia la comunidad sionista en Palestina en los años de la posguerra, pues le preocupaba su posición en cuanto a que ignoraban el hecho de que la mayoría de las personas que vivían en Palestina eran árabes y no judías, y, pese a esto, haberles concedido derechos de minorías y buscar establecer una comunidad judía que abarcara toda Palestina. Arendt siempre rechazó categóricamente los extremismos y le molestaba la conformidad ideológica; abogaba por la pluralidad, la libre expresión y la confrontación de distintos puntos de vista para acordar cursos de acción. Derivado de esta postura y de su rechazo por lo que sucedía, Arendt propuso crear una patria judía -mas no un Estado-nación-, en la cual tanto judíos como árabes pudieran vivir juntos; y propuso la constitución de un sistema de consejos judeo-árabes locales, en los cuales se discutiera y se resolvieran todos los conflictos en el nivel más bajo de vecindad y proximidad. Esta propuesta, nos comenta Bernstein, no sólo fue considerada por la comunidad sionista como absurda o ridícula, sino como un acto de traición por parte de Arendt. Una vez más, el autor afirma que Arendt prácticamente profetizó lo que sucedería, pues esta última afirmó que mientras la comunidad sionista siguiera con sus esfuerzos de silenciar y marginalizar a los árabes, la región se enfrentaría a guerras y horrores prolongados.
Continuando con la línea de la discriminación y la opresión, Bernstein prosigue con el capítulo de Racismo y segregación, en el cual se ocupa de otra de las importantes polémicas y controversias en las que Arendt se vio envuelta en la década de 1950: el caso Little Rock, que sucedió en el contexto del fuerte racismo que vivían los afroamericanos en Estados Unidos y su derecho a asistir a escuelas públicas. Arendt escribió un ensayo en el cual, haciendo uso de su famosa distinción entre lo social y lo político, se opuso a la integración escolar obligatoria impuesta por el gobierno, afirmando que la discriminación social no podía imponerse por medios políticos. En pocas palabras, argumentaba que el gobierno tenía la obligación de brindar acceso a la educación a todos por igual, pero no podía imponer legalmente la integración de blancos y negros en las escuelas, no debía interferir con las decisiones parentales de dónde y cómo educar a sus hijos. Este artículo le valió a Arendt durísimas críticas y reclamos, en las que se le acusó de insensible y de racista. Después de un tiempo de dialogar con aquellos que rechazaban sus afirmaciones, Arendt cambió de opinión, algo que muy rara vez ocurría, disculpándose y reconociendo su error. A pesar de este episodio, Bernstein, quien a lo largo del capítulo se muestra muy crítico y en desacuerdo con estas ideas de Arendt, asegura que en la obra de ésta se pueden encontrar distintos elementos teóricos con los cuales se puede resistir y hacer frente al racismo y a la discriminación, a los cuales ella consideraba: “no un hecho, sino una ideología, un acto deliberado y una violencia homicida” (Arendt, citado en Bernstein, 2019: 58). Incluso, nos menciona, Arendt se pronunció a favor de temas como el matrimonio igualitario.
En el quinto capítulo se trata la que es quizá la controversia más conocida de Arendt, la del juicio de Eichmann en Jerusalén y la banalidad del mal. Aquí, Bernstein explica de manera breve las razones por las cuales el libro de Arendt causó tanta molestia: el hecho de que parecía que exoneraba a Eichmann y que, en cambio, culpaba a los judíos de su propia exterminación. Asimismo, retoma la explicación que Arendt tuvo dar sobre a lo que se refería con el término de banalidad del mal: el mal no debe ser visto como algo satánico, monstruoso o demoniaco; sino como el producto de la irreflexión, de la incapacidad de pensar y someter a juicio los actos propios. La banalidad del mal radica en su superficialidad. A pesar de esta aclaración, el libro de Arendt Eichmann en Jerusalén, permanece, a la fecha, como su obra más polémica. En estas hojas, Bernstein hace un recuento de los hechos que fueron dando forma a dicho concepto de Arendt, y a los dilemas que esta se enfrentó durante su escritura y publicación.
A partir del sexto capítulo, Verdad, política y mentira, Bernstein se ocupa más de los temas que constituyeron el núcleo del pensamiento político de Arendt. Aborda los trabajos en los que reflexionó sobre la mentira y sobre la amenaza que esta implicaría para la dignidad de la política. Estas reflexiones llevaron a Arendt a trazar una importante distinción entre los hechos y las opiniones. Argumentaba que si bien un hecho puede ser visto desde distintas perspectivas, esto no es sinónimo de tratar dicho hecho como si fuera una perspectiva más; es decir, las opiniones emitidas tienen que estar basadas en los hechos ocurridos y no ser utilizadas para negarlos o ponerlos en duda. Mientras las opiniones -con su pluralidad y diferencia-, eran saludables y necesarias para una democracia auténtica, existe una diferencia importante entre formarse y emitir una opinión sobre cierto hecho y tratar un hecho como si fuera simplemente una opinión más. Sobre este respecto, Bernstein comenta que los dichos de Arendt son incluso más aplicables a nuestra época que a la suya, pues nos encontramos en tiempos en los que no solamente se manipula malintencionadamente la información, sino que existe una tendencia a anular, ignorar o ridiculizar la diferencia de opiniones o perspectivas. El día de hoy vivimos una supremacía de la apariencia, de lo que Arendt llamó ‘la creación de imágenes´. Los hechos ya no convencen.
Conceptos elaborados por Arendt con los cuales buscaba recuperar la dignidad de la política: acción, pluralidad, natalidad, discurso, espacio público, libertad pública, poder, persuasión y juicio; todos conectados estrechamente entre ellos. Arendt entendía la política como algo que sólo puede surgir entre los seres humanos y, sobre todo, la entendía como una forma de no-gobierno, es decir, donde no existía -o no debería existir- el mando de un individuo o grupo sobre otros. El objetivo de dicha política, que debe darse necesariamente en un espacio público creado específicamente para ella, era el alcance de la libertad pública, que significaba la posibilidad para cada persona de participar y de expresarse, de debatir y de persuadir al otro mediante argumentos. Asimismo, Bernstein profundiza un poco en los conceptos de violencia y poder de Arendt, recalcando que son excluyentes entre ellos: donde hay uno, no puede haber el otro; la violencia destruye todo poder, pero el poder puede, a su vez, anular la violencia.
Para concluir, Bernstein analiza los escritos de Arendt sobre las revoluciones americana y francesa, siendo la primera de éstas la que Arendt elogió y tomó como modelo a seguir. Para ello, se explica la diferencia que estableció entre libertad -que, como se mencionó anteriormente, significaba la creación de espacios públicos para la participación política de los ciudadanos- y liberación -que entendió como la erradicación de la dominación de una persona o grupo hacia otros. Para Arendt, el objetivo de una revolución debía ser la obtención y creación de la libertad, la creación de algo nuevo, de un nuevo orden y un nuevo poder político. Por lo tanto, el acto de constituir fue, en sí mismo, el elemento revolucionario norteamericano; lo que hizo que Arendt considerara dicha revolución como un momento privilegiado en la historia de la humanidad. Estos momentos son aquellos en los que surge una forma de hacer política en la cual los miembros de una comunidad se involucran activamente, contrastan perspectivas y actúan concertadamente para cambiar el curso de la historia. Mencionando la inspiración que obtuvo Arendt de Jefferson, Bernstein retoma la idea del sistema de consejos locales postulada por Arendt, donde la gente se encuentra permanentemente construyendo su propia libertad pública. Desde el punto de vista de Arendt, es ahí donde encontramos el verdadero espíritu revolucionario, donde la libertad pública se vuelve una realidad.
Finalmente, la última lección de Arendt que menciona Bernstein es el constante énfasis que hizo en la necesidad de asumir la responsabilidad por nuestra vida política. El no caer en el cinismo ni en la indiferencia ante los problemas que nos acechen, el mantener con vida ese espíritu revolucionario. Por muy mal que nuestra vida política parezca, no hay que abandonarla, no hay que renunciar a ella; nuestra capacidad de siempre poder comenzar algo nuevo, de actuar, de debatir y de persuadir nos permiten hacer frente a cualquier conflicto que se avecine.
Así, escrito en lenguaje sencillo y claro, característica constante en los trabajos de Bernstein, puede afirmarse que este libro fue escrito y pensado, principalmente, para dos públicos: para quienes apenas busquen introducirse al pensamiento político y filosófico de Arendt, y para quienes ven sus ideas y propuestas con puro interés histórico. Sin embargo, a pesar de esto, el libro también será de gran utilidad y provecho para todos aquellos estudiosos y dedicados a la filosofía y a las ciencias políticas y sociales; pues, justo como lo afirma su autor, los problemas sobre los que Arendt reflexionó son unos a los cuales hoy, de alguna u otra manera, todavía nos enfrentamos: los refugiados y los sin patria, los derechos humanos, el racismo y la segregación, la maldad, la mentira, la violencia, la participación política y la responsabilidad. No obstante, debe decirse que el libro cumple plenamente su objetivo, pero no va más allá. Quienes busquen en él reflexiones críticas profundas o nuevas interpretaciones de las ideas de Arendt, buscarán en vano. Para ello, desde hace tiempo el mismo Bernstein ha escrito otros artículos (Bernstein 2006; 1991a, 1991b) donde sí se encarga de hacer un análisis crítico de sus conceptos y sus ideas. Además, como menciona el autor en su introducción, a lo largo del libro se hace énfasis en los temas que considera nos son de utilidad el día de hoy, por lo que deja fuera de análisis temas, por ejemplo, su famosa distinción entre lo político, lo social y lo privado; o el de la vita activa y la vita contemplativa.
Concluyendo, se puede afirmar que Bernstein ve en Arendt una crítica cruda, franca y políticamente incorrecta hacia las diversas acciones y problemáticas sociales, sin miedo a, y tal vez buscándolo, causar polémica, molestias o incomodidades. Es también de esa crítica, junto con algunas respuestas o explicaciones que dio a los diversos temas mencionados, donde mucho tenemos que aprender de ella. Para Bernstein, hay que leer a Arendt porque capta a la perfección los peligros que al día de hoy nos siguen acechando y por las advertencias que nos hace en cuanto a ellos. Arendt creía que aún en los tiempos más oscuros podemos encontrar algunas personas que iluminen nuestro camino; desde la mirada de Bernstein, a través de su obra, su crítica y sus acciones, ella es una de esas personas. Hannah Arendt ilumina nuestros tiempos oscuros.