Fácilmente podría uno descartar un libro por su portada y su título. Y el presente no es la excepción. La imagen de la cubierta recuerda a libros próximos a temáticas propias de las ciudades, y hasta de asuntos mercadológicos. Y el título, con la palabra “aplicadas” después de la de “psicologías”, a cuestiones como las que profetizan tener los lineamientos para salir y cambiar a las personas de un día a otro. Sin embargo, basta con abrir el libro, leer los títulos de los capítulos y tan siquiera echarle un vistazo a las primeras líneas de la introducción para percatarse de que se trata de algo radicalmente diferente. De esto último será de lo que intentará hablar la presente reseña.
Los coordinadores, Octavio Nateras Domínguez, Salvador Arciga Bernal y Jorge Mendoza García, tienen el acierto de explicitar desde la primera página de su introducción las razones de hacer un libro como este, antes que mencionar las supuestas “bondades” y “actos de heroísmo” que la psicología social está haciendo y puede seguir haciendo. En cambio, y aquí empiezan dichas razones, no asumen una psicología social, sino varias (el título no es un recurso poético o retórico, tampoco una frase políticamente correcta), con distintas temáticas y aproximaciones, intereses y enfoques, objetos y formas de pensar. Las cuales están acercándose a la actual realidad social en sus aspectos complicados, o convulsos dirían los coordinadores del libro. Estos mismos caracterizan esta peculiar relación con la realidad social hacia la que se aproximan los autores y las autoras del libro (ellos también, por supuesto) como un camino hecho de vivir y pensar tal realidad, desde adentro y desde afuera, esto es, aplicándose: inclinándose y haciendo contacto (ahora tiene mayor claridad la razón del título, aunque siga sin ser del aprecio de todos).
Por otro lado, resulta necesario hacer públicos tales pensamientos emanados de dicha relación. Razón por la cual los coordinadores decidieron continuar un proyecto que inició con el libro “Introducción a la psicología social” (2013). Ahora con mayor diversidad de temas y perspectivas, y distintas generaciones de investigadores. Resta decir, antes de dar paso a una descripción de las secciones y los capítulos del libro, que éste puede tomarse como un compendio de los debates que están siendo llevados a cabo en México a partir de las psicologías sociales, al cual uno puede acudir al momento de tener alguna incógnita sobre la realidad que está viviendo y quiera buscar herramientas para responderla, ya sea con puntos de vista, argumentos, tradiciones teóricas o autores específicos.
La primera sección del libro: “Temas clásicos” abre con seis capítulos. Aquí se despliega un panorama general de los fundamentos, en el sentido de puntos de partida, de las psicologías sociales, pero no de todas, antes bien, de aquellas que empiezan con el todo para entender la parte, que van de la sociedad al individuo, por ejemplo. Cualquier estudiante de psicología social puede empezar con estos capítulos para saber, en términos generales, de qué va esa disciplina que está estudiando.
El primer capítulo: “La primavera de la psicología colectiva”, de Salvador Arciga Bernal, da cuenta de uno de los inicios de la disciplina en cuestión. Centrado en asuntos como las historias, los mitos y las costumbres de las personas comunes y corrientes. Que no cambian de un momento a otro, sino a lo largo del tiempo; de hecho, esta propuesta es mucho más cercana a la Historia que a otras ciencias sociales y humanidades. Abordando tales fenómenos con nociones tales como espíritu, pueblo, mente grupal, entre otras. Configurando conceptos como representaciones colectivas o morfología social. Todo ello con el propósito de dar cuenta de una teoría colectiva del pensamiento, es decir, no intenta tanto decir que hay un pensamiento social y otro individual, sino que el pensamiento es, desde el principio, un fenómeno sociohistórico. Y a tal disciplina teórica se le ha llamado Psicología Colectiva.
Manuel González Navarro explicita un abordaje un tanto más delimitado en cuanto a sus inclinaciones de investigación con su capítulo “Psicología política: historias, modelos y aplicaciones”. Con éste el autor da cuenta de una psicología que tiene por uno de sus principales intereses el papel de la subjetividad en la vida política. En otras palabras, puede considerarse como un intento por comprender los cambios en la organización de las sociedades, que tiene relevantes elementos con necesidad de ser tomados en cuenta: la residencia de las sociedades en las ciudades, su organización misma, permeada por entidades tales como el Estado, su carácter de continuidad y cambio, o bien, de orden y movimiento, entre otros. El florecimiento de este campo temático es situado en la segunda mitad del siglo XX, sin embargo, y como lo expone el autor, éste ha tenido una trayectoria antes, como con los trabajos de diversos filósofos: Aristóteles, Maquiavelo y Montesquieu, por mencionar algunos. Con este capítulo se hacen patentes dos cuestiones centrales. Por un lado, muestra que las psicologías sociales tienen influencias de otras disciplinas (hasta aquí puede mencionarse a la filosofía y a la historia). Por otro lado, asumen que no tienen en su posesión una “parcela de la realidad”, antes bien, se posicionan como perspectivas.
El siguiente capítulo: “Psicología social comunitaria”, de Eduardo Almeida Acosta, no es la excepción. Esta psicología tiene en su quehacer mismo una fuerte posición ética. Reflexión y acción van de la mano para realizar trabajos con comunidades a partir de la averiguación de sus distintos procesos psicosociales que pueda llevarlas a enfrentar las problemáticas y crisis que en su interior existan, sobre todo aquellas producidas por el sistema capitalista. Para exponer dicha labor el autor hace explícita la relación que hay con la psicología y la psicología social, como su omisión del individuo en tanto categoría central de análisis para cambiarla por la de grupo o comunidad; así como su desarrollo en la historia y, en particular, en México, sin olvidar los diferentes obstáculos con los cuales se ha enfrentado, por ejemplo, el reconocimiento institucional.
Cambiando un poco el tono de la discusión de los textos anteriores, Octavio Nateras Domínguez y Jorge Mendoza García describen en “Psicología social de la educación” esta aproximación y una alternativa a la misma. En su forma dominante se encuentran distintos centros de atención, o categorías utilizadas, como el grupo, la interacción, la identidad, los estereotipos y los prejuicios. Los autores se deslindan de dicha forma presentando una alternativa: la confluencia del socioconstruccionismo, la psicología social y la psicología discursiva. Son ahora el diálogo, los signos, las narrativas, entre otros elementos, lo que se intenta poner de relieve para entender como el conocimiento es construido, como la educación es llevada a cabo; en suma, se procura atender a la mente en relación con el lenguaje. Y así poder trabajar con fenómenos como la ideología y el poder en las aulas.
De la educación se pasa a la salud con “Perspectivas de desarrollo de la psicología social de la salud”, de Javier Álvarez Bermúdez. Los diferentes autores del libro insisten en superar las consideraciones centradas en el individuo, en tanto origen y destino del análisis e interpretación de la psicología social, y el caso de la salud no es la excepción: los determinantes sociales y personales son puestos en la mira. Por mencionar algunos, nos dice el autor que son los estilos de vida, los conocimientos, los comportamientos y la comunidad, los elementos importantes a tener en cuenta para averiguar psicosocialmente a la salud, y su papel en la vida de las personas: más allá de contemplarla como objetivo, es asumida como un medio para objetivos mayores, y en lo cual tienen que intervenir diversas prácticas y proyectos destinados a poner en la discusión de la salud/enfermedad los factores políticos, económicos, de riesgo, entre otros.
La primera sección del libro cierra con el trabajo de Alfredo Guerrero Tapia: “Psicología social y movimientos sociales”, en el que se hace un recorrido por distintas aproximaciones que han abordado a los movimientos sociales, distinguiéndolos de otras formas de comportamiento colectivo como las protestas o las masas. Pasa así por varias tradiciones: norteamericana, europea, soviética y latinoamericana. Para mostrar la riqueza teórica de las tradiciones mencionadas el mismo autor da ejemplos de movimientos sociales en México, acompañados de algunas interpretaciones. De entre ellos se puede leer sobre el movimiento #Yosoy132 o el de Wirikuta, insistiendo, al final, en la necesidad de una perspectiva interdisciplinaria con la cual poder aprehender las peculiaridades y complejidades que todo movimiento social conlleva.
Si la primera sección podía tomarse como un abanico de premisas y objetos clásicos de las psicologías sociales, la segunda: “Nuevas aproximaciones”, tiene un mayor peso hacia nuevas temáticas y nuevos elementos a ser incluidos dentro de sus herramientas teórico-metodológicas.
El género, en tanto desigualdad producto de la construcción social realizada en torno a la diferencia entre los sexos, es el centro de atención propuesto por Gloria Elizabeth García Hernández y Araceli Nava Navarro con su trabajo: “Psicología social y género: la familia, la escuela y el trabajo como ámbitos de aplicación”, con el propósito de ofrecer la categoría de género para visibilizar las inequidades entre hombres y mujeres en tiempos y espacios específicos. Pasando por conceptos clave como los roles sexuales y de género, los estereotipos de género, el proceso de socialización, la identidad, el cuerpo y el lenguaje, todo ello en relación con la psicología social, así como por la aplicación de estos mismos en la familia, la escuela y el trabajo. Mostrando la pertinencia de desnaturalizar el sistema sexo/género, es decir, asumirlo como un asunto social antes que biológico, y con ello procurar buscar un cambio en las desigualdades que acarrea.
En una línea similar, Antar Martínez-Guzmán, Nancy Molina Rodríguez y Óscar Guzmán Cervantes trabajan el problema de la identidad de género y la diversidad sexual en su capítulo: “Contribuciones de la teoría queer y los estudios transgénero: una perspectiva psicosocial”, ubicando como antecedentes al feminismo y los estudios LGBT, así como sus críticas a la psicología: la ausencia de pensar las condiciones sociales o la patologización de la misma diversidad sexual, por mencionar algunas. Tales reflexiones son propuestas como insumos teóricos y políticos de la teoría queer y los estudios transgénero. Los autores apuntan diversos aspectos en que la psicología social puede verse enriquecida con dichos enfoques: la transdisciplinariedad en la comprensión del género, el reconocimiento en la agencia de los sujetos respecto a su propia subjetividad, una averiguación no esencialista de la identidad, el no asumir las categorías de estudio como naturales, así como el énfasis en factores sociales, políticos, culturales y de poder respecto a la vivencia psicológica del género.
Juan Soto Ramírez cambia no sólo el hilo temático de los trabajos anteriores, sino también el tono argumentativo con su capítulo: “¿Nada está prohibido? (Pornografía y transparencia)”. De hecho, no realiza una descripción de alguna perspectiva o enfoque buscando la relación con la psicología social, antes bien, asume esta postura y toma por tema de investigación a la pornografía, entendiéndola en una posición diferente a aquellas que la definen como una conducta desviada o una “perversión”, es decir, le quita la carga o el juicio valorativo y la sitúa como un fenómeno social, cultural, político, antropológico, estético, etc. Todo ello con el propósito de discutir sobre problemáticas actuales, relevantes para la sociedad tales como la moral y la transparencia. Los trabajos anteriores incluían el género y la diversidad sexual como elementos innovadores respecto a los abordajes clásicos; en éste la imagen o las imágenes resultan ser la consideración teórica con la cual diferenciarse de los primeros trabajos del libro. Y así, si uno busca la “nueva aproximación”, como dice la sección en que se ha incluido este trabajo, podrá encontrarla a lo largo del texto en donde aparecen una serie de argumentos importantes sobre las imágenes en general.
El siguiente trabajo trata un tema que inmediatamente es asociado por el sentido común de muchos investigadores con una “anormalidad”: las drogas. Sin embargo, Alejandro Sánchez Guerrero le da un tratamiento distinto en su trabajo: “Psicología social, tradiciones discursivas y consumo de drogas”. Aquí las drogas son situadas como un constructo histórico susceptible de ser comprendido en función de los trazos simbólicos que históricamente lo han formulado, a través de tres discursos disciplinares: el médico-sanitario, el jurídico y el psicológico, con el objetivo de enfatizar la necesidad de una alternativa más integral y de mayor complejidad al momento de comprender el fenómeno de las drogas. Utiliza el modelo geopolítico estructural a partir del cual poder ampliar la reflexión sin olvidar los elementos positivos que puedan tener otros discursos. De esta forma, el autor muestra que el problema no reside en los fenómenos o temas de investigación, sino en la manera en que son abordados.
Jorge Mendoza García realiza un trabajo que bien puede leerse en conjunto con su anterior texto de la primera sección. Retoma un tema clásico, pero procurando darle un giro diferente en su capítulo: “Vida cotidiana, narrativa y psicología social”. Podría decirse que el tema clásico es el recorrido que hace por diferentes conceptos, como intersubjetividad y sentido común, para caracterizar las esferas o realidades sobre las cuales la psicología social puede volcar su atención: la cultura y la vida cotidiana. Entendiendo que es en éstas donde las personas y las colectividades otorgan sentido a su realidad entera mediante narrativas y discursos. Y el giro es tomar a la narrativa no tanto como un fenómeno social, sino como el punto de partida con el cual intentar entender la realidad social en su totalidad, ya sea la mente, la memoria, el ‘yo’ y hasta a la ciencia misma (incluida la psicología social).
Con el anterior trabajo finaliza la segunda sección. No deja de ser curioso que lo haga con uno que bien puede ser situado entre tema clásico y nueva aproximación. Tal vez los coordinadores hayan querido insistir en la importancia de lo clásico (autores y tradiciones) en las reflexiones contemporáneas.
La tercera y última sección, titulada “Campos interdisciplinarios”, tiene el tinte de convergencia entre disciplinas, o tal vez no sea tanto una suerte de reunión, sino de discusión con miras a ensanchar los horizontes de reflexión. También de un quehacer, de cierta manera, un poco más libre, más fluido y distendido, sin olvidar el rigor y la seriedad. Por una parte, se insiste en tomar otros marcos filosóficos u otras herramientas metodológicas. Por otra, se llama la atención en torno a la actualidad y se proponen relaciones epistemológicas algo inusitadas.
“El tiempo a los veinte años en el siglo XXI”, de Pablo Fernández Christlieb, abre la última sección. Con este texto, de carácter ensayístico, el autor propone pensar a los jóvenes de hoy en día a partir del tiempo y del espacio, sobre todo con algunas de sus metáforas cotidianas, como la de la espera, y así reflexionar sobre la situación actual (con su pasado y su futuro, sus ilusiones y sus anhelos) que todos estamos viviendo.
El radical deslinde de corrientes como el construccionismo social y la concentración en los afectos y emociones resultan ser parte del centro de discusión del trabajo de Giazú Enciso Domínguez y Ali Lara: “El giro afectivo y la psicología social”. Al enfatizar la importancia de hacer converger los conocimientos de diferentes ciencias (biología molecular, física cuántica, neurociencia, entre otras), así como en la recuperación de otros marcos filosóficos (filosofías de los procesos con Spinoza, Bergson, Deleuze, y otros), las autoras hablan de lo que al día de hoy se denomina el Giro Afectivo: una comprensión de los afectos y las emociones en la vida pública. Pero éstos no son tomados en su caracterización simbólica, antes bien son centrados en el nivel preconsciente, material y orgánico de los cuerpos humanos. Con este trabajo muestran que no todas las psicologías sociales tienen como dimensión predilecta de observación al lenguaje; éste no es más que una entre tantas.
El siguiente capítulo sí habla sobre el lenguaje, pero ya no como fenómeno que construye la realidad. Ahora es discutido uno de sus ‘productos’ para relacionarlo con la psicología social, a un nivel tal vez epistemológico, en el trabajo de José Morales González y Salvador Iván Rodríguez Preciado: “Literatura y psicología social”. El asunto no va por hacer una teoría psicosocial de la literatura, sino de tomar de la literatura misma premisas para el quehacer de la psicología social, en tanto ambas se dedican a la comprensión. Y aquello que puede retomarse es la insistencia en tener cuidado tanto sobre lo que se dice, como sobre el modo y las maneras en que se dicen las cosas, con la intención de mostrarle al lector, por ejemplo, todo el proceso que conlleva hacer psicología social, uno que de fácil y mecánico no tiene nada. O bien, de poner sobre la mesa un punto de vista antes que una afirmación rotunda; como de hecho parece que lo han intentado hacer los autores y autoras del libro.
El libro termina con un trabajo de Juan Soto Ramírez, que puede ser leído en conjunto con su trabajo de la anterior sección. En este momento el autor propone a las imágenes para la investigación psicosocial en su texto: “Investigar usando imágenes”, pero no a la manera de ilustraciones o para reforzar los textos presentados en una investigación, sino para, literalmente, pensar e investigar con imágenes. Utilizarlas al momento en que no es posible transmitir cierta información con palabras, por ejemplo. O bien, con el propósito de entender las relaciones sociales que las personas mantienen con las diferentes imágenes que existen. De esta manera, el autor discute planteamientos metodológicos sobre la producción y el uso de imágenes en una investigación, sin olvidar los argumentos teóricos sobre el carácter de las mismas en tanto fenómeno social y cultural.
Ya sea que se lean uno o varios capítulos, o todos, el lector podrá encontrar caminos interesantes para hacer psicología social. Unos que han sido hechos por la reflexión constante y el trabajo de varios años, podría decirse que de siglos -como con los enfoques clásicos- o de décadas - como con las nuevas aproximaciones y los campos interdisciplinarios. Independientemente del lapso de tiempo que uno quiera imputar, es claro que las psicologías sociales seguirán indagando la realidad que les compete: aquella en la que están inmersos, buscando, además, entrar en todos los ámbitos que las ciencias sociales y las humanidades están averiguando, porque el individuo y los “datos” numéricos ya no les dicen ni les muestran nada desde hace mucho tiempo.